miércoles, 11 de marzo de 2009

La extinción de los dinosaurios

Hacía mucho tiempo que los paleontólogos se estaban preguntando cuál o cuales habían sido las causas de la desaparición de los dinosaurios, acaecida hace 65 millones de años, entre el Cretácico y el Terciario. A principios de 1980 aparecieron cuatro publicaciones debidas a J. Smith y J. Hertogen, K. J. Hsü, Walter Alvarez y C. Emiliani, indicando que la gran extinción pudo tener una causa extraterrestre.

Acababan de hacer un descubrimiento de gran trascendencia: en la capa de arcilla, de aproximadamente 5 milímetros de grosor, que marca el paso del Cretácico al Terciario hallaron un contenido de iridio y osmio 160 veces superior a lo normal. El iridio es poco abundante en la superficie de la Tierra, pero por el contrario lo es mucho más en los meteoritos. Así pues, dedujeron, era probable que un asteroide hubiese colisionado con la Tierra. Por la cantidad de iridio detectado, debía poseer un tamaño de unos 10 km. Posteriormente se pensó en un origen volvánico, pero un análisis químico lo descartó.
Un asteroide de unos 10 km de diámetro no es un cuerpo de tamaño despreciable. A una velocidad de 20 km/s la energía liberada por el impacto podría equivaler a 5.000 millones de veces la potencia de la bomba atómica lanzada sobre Nagasaki. Podría excavar un volumen de tierra cien veces superior a su tamaño y dar origen a un cráter de más de 100 km. En caso de caer en un océano, a su alrededor el agua hubiese hervido, vaporizando un volumen de agua entre 20 y 100 veces superior al suyo propio,y originando una columna de vapor que destruiría la capa de ozono. Esta cantidad ingente de agua al volver a la tierra en forma de lluvia o nieve, podría dar lugar a precipitaciones de millares de litros por metro cuadrado. Al mismo tiempo, el choque lanzaría a la estratosfera alrededor de 50.000 millones de toneladas de polvo que durante meses bloquearían el calor y la luz solar, quedando toda la Tierra sumergida en una oscuridad helada que detendría la fotosíntesis.

Por si fuera poco, el calor originado por el impacto debería producir un incendio a escala global de los bosques y praderas de la Tierra. En efecto, en la capa que separa el Cretácico y el Terciario, hallaron una cantidad sorprendente de hollín. Evidentemente, esto debería haber añadido más dramatismo a la catástrofe, al haberse consumido gran parte del oxígeno atmosférico y transformándose en monóxido de carbono, aportando todavía más nubes de polvo absorbente de la radiación solar. Todo el carbono que fuese a parar a la atmósfera debido a la combustión vegetal también provocaría lluvias ácidas que destruirían aún más a la capa vegetal, y afectaría desastrosamente al fitoplancton marino, que bajaría los niveles de producción de oxígeno y destruiría las cadenas tróficas marinas.

Parece ser que hace poco se encontraron los resto fósiles de éste suceso en la península de Yucatán en México, es el famoso cráter semisumergido de Chicxulub. El cráter, que se encuentra enterrado, posee unas dimensiones de unos 200 km de diámetro. La datación exacta del astroblema indica que tiene 64,98 millones de años. Además alrededor suyo se han encontrado extensísimos yacimientos de tectitas, indicando claramente la zona del impacto.
La gran extinción del Cretácico significó el fin, no sólo de los dinosaurios, sino del 70% de las especies vivientes, aunque lo más desconcertante es que consistió en un exterminio selectivo. Mientras algunos grupos de especies desaparecieron totalmente, otros lograron sobrevivir.
Parece ser que los invertebrados pequeños de agua dulce, tales cómo los moluscos de ríos y lagos no se vieron afectados. En lo referente a animales terrestres, los de gran tamaño, a partir de 25 kg de peso, fueron extremadamente vulnerables. En cuanto a la vegetación, parece cómo si hubiesen desaparecido todos los árboles de las selvas húmedas, habiendo sobrevivido únicamente los helechos.